Un adolescente en la retaguardia. Memorias de la Guerra Civil
Sinopsis
Miguel Gil Imirizaldu tenía quince años cuando estalló la guerra civil española. Era estudiante en el monasterio benedictino del Pueyo (Barbastro), asaltado dos días después del inicio de la guerra por milicianos anarquistas. Todos los monjes y Miguel fueron encarcelados en una escuela junto con otros religiosos y el obispo de la ciudad.
Un mes después los religiosos y el obispo fueron torturados y asesinados a sangre fría sin juicio, por motivos religiosos. Sólo uno huyó y acabó sus días en un campo de concentración nazi.
Miguel por su edad salvó la vida pero se quedó completamente solo, alejado de su familia, que se encontraba en la zona que controlaba el bando enemigo. Y tuvo que sobrevivir, primero como camarero en el Casino de Caspe, convertido en un centro de operaciones anarquistas, y después como fugitivo hasta el final de la guerra, tres años más tarde.
Cuando regresa a su pueblo en Navarra todos le daban por muerto.
Valoración
Interesantísimo libro autobiográfico del propio Miguel Gil que ayudará a muchos jóvenes a comprender de primera mano el sinsentido de la guerra que azotó España durante tres años y el sufrimiento de la población civil, especialmente de los niños y jóvenes. El autor escribe años después sin mostrar rencor ni animadversión contra los que pensaban de manera distinta a la suya.
Impresionante testimonio real de la muerte de los monjes del Pueyo que se completa con el testimonio auténtico escrito de uno de sus asesinos, que acabó sus días sumido en la locura.
Autor: Gil Imirazaldu, P. M.
Editorial: Encuentro
Año de edición en España: 2006
Valoración: Excelente (a partir de 16 años)

“Encerrados en nuestra prisión, y después de seis días sin salir del Colegio, ignorábamos cómo podíamos llegar hasta el cementerio, seguros de que allí se hallarían enterrados los monjes. Fue fácil informarnos, y, como la ciudad es pequeña, en cinco minutos estamos en él. Si los cálculos no fallan, es el viernes 29 de agosto. Hemos procurado ir a una hora un poco intempestiva, de modo que nuestra salida fuera discreta. Una vez terminado el trabajo de recogida del comedor de milicianos nos hemos dispuesto a salir. Yo, con mi gorrito M.A. no tenía por qué temer. Pablo es mi compañero. No hemos dicho nada al camarada C. que seguramente está durmiendo la siesta, en su propio domicilio. La ocasión era buena, y las calles que atravesamos, el Rollo y el Coso están casi desiertas por el calor (…) La amplia puerta del cementerio, de reja, está abierta, pero hay un letrero que reza: Prohibida la entrada a toda persona ajena al servicio del cementerio, y advierte además que se retiren de él todos los objetos religiosos (…) Y efectivamente, vemos a la izquierda de la capilla, una enorme fosa, recién cubierta de tierra nueva”.