La isla de Bowen
1920, John Foggart, arqueólogo inglés, ha desaparecido en Noruega. Su esposa viaja a Madrid para pedir ayuda a Ulises Zarco, arqueólogo y científico del grupo de investigación SIGMA. Para convencerle le enseña un cilindro de titanio puro, algo que no se da en la naturaleza. Su esposo lo encontró en la tumba de san Bowen, un monje inglés que viajó como misionero a Noruega. Durante el viaje Bowen y sus compañeros se perdieron por culpa de una borrasca y acabaron en una extraña isla cercana al Círculo Polar Ártico, pero cubierta de vegetación, y en la que habitaban unos monstruos y una terrible araña asesina.
Zarco, nuestro héroe, y sus compañeros de SIGMA se embarcarán en busca de Foggart. Pero serán perseguidos siempre por Ardán, un empresario de la minería de dudosa moral.
Estupenda novela ganadora del premio edebé de 2012 y el premio Nacional en 2013, escrita por uno de los grandes de la literatura juvenil en España.
Recomendable para todos los adolescentes -y adultos- a los que le gusten las novelas de aventuras y ciencia ficción como las de antes, esas obras maestras que se convirtieron en clásicos e hicieron soñar a generaciones de jóvenes: Julio Verne, Salgari, Defoe, Dumas, Conan Doyle o Stevenson. Para conseguirlo Mallorquí juega con la trama, los personajes y la ambientación. También el autor trabaja con leyendas, mitos e historias antiguas sobre las que construye su novela.
Sólo tiene un pequeño fallo en el clímax final, que luego requiere cierta explicación.
Autor: Mallorquí, C.
Editorial en España: edebé, 2012
Número de páginas: 436
Valoración: Muy bueno.
«De pronto resonó un bronco estruendo y los expedicionarios contemplaron estupefactos, como la pared noroeste del circo se abría de lado a lado, descubriendo la oscura boca de una inmensa caverna. Apenas un segundo después, algo, un ser inverosímil, surgió de su interior.
Medía unos siete metros de altura por diez de ancho. Era metálico, con forma ovoidal, como dos platos colocados uno contra otro, y de sus costados surgían ocho inmensas patas articuladas.
Era Aracné, el Edderkoppe Gud.
El Dios-Araña».